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Una lectura de verano

El verano ya terminó, como decía la canción…..Y me queda en el recuerdo la lectura estival de este año. No ha sido un libro nuevo, sino un clásico que ya tuve ocasión de leer por primera vez en los 80. Un libro de historia, de historia moderna, y de historia de España. Se trata de «La España Imperial» de J. H. Elliott. Leído con los ojos de un historiador o de alguien aficionado a la historia, es un libro gratificante y me atrevería a decir que escrupulosamente objetivo, es sin duda una obra capital para comprender el período que va desde los Reyes Católicas, Isabel I de Castilla y Fernando V de Aragón, hasta la Guerra de Sucesión tras la muerte sin descendencia de Carlos II, el último de los Austrias.

La obra narra el advenimiento del imperio español con Carlos I y los avatares por lo que pasó dicho imperio hasta hundirse en la decadencia a finales del siglo  XVII. Algunos dirán que esta decadencia se instaló permanentemente hasta tiempos modernos, pues el siglo XIX no es precisamente un período de paz y prosperidad para España.

Mi primera lectura de la obra fue efectivamente en clave histórica, y disfruté mucho el rigor aportado y las documentadas precisiones. también a nivel sociológico, que el autor hace de la vida en España en esos siglos. Sin embargo, mi segunda lectura ha sido descaradamente parcial, en clave totalmente sociológica y política, y también económica. Y la impresión cuando se finaliza el periplo por los siglos XV a XVII no puede ser más desolador: el cúmulo de errores cometidos y las nulas aportaciones de sucesivos gobiernos y gobernantes al bienestar ciudadano es espeluznante, y deprimente.

Efectivamente,  el libro repasa cómo Carlos I vivió obsesionado con mantener un imperio de tal magnitud territorial que consumió todos los recursos llegados de América y la propia riqueza de una Castilla que acabaría exhausta por la presión fiscal. Guerras y más guerras, gastos y más gastos, y ninguna acción para promover el bienestar de la población o simplemente allanar el camino para el progreso económico.

Siempre guiados por ideas abstractas como la unidad del imperio, la pervivencia del mundo cristiano o la conquista de nuevas tierras, las empresas reales nunca contemplan el quehacer diario de los colectivos que generan riqueza, justo para ser expoliada por la legión de sicarios al servicio de cada rey, de cada gobierno.

Con la sucesión llega Felipe II, que ha pasado a la historia como un gran rey, pero que vivió entre bancarrotas y anhelos imposibles, como el de la armada invencible,  en una deriva donde su obsesión religiosa cegaba su razón. Felipe III y Felipe IV (ah! qué magistral interpretación la de Gabino Diego en «El rey pasmado») con sus validos marcan el epíteto final del imperio. Da auténtico pavor, según se avanza en la lectura de la obra de Elliott, observar como uno a uno, ningún rey es capaz de redirigir la sociedad hacia la prosperidad, y como una vez y otra, se dilapida la riqueza de todo un país.

A pesar de la mala fama que arrastra Felipe V por las fechorías perpetradas en el levante español y en particular en Valencia y Cataluña, podría afirmarse que su reinado y el de Carlos III son los únicos en los que realmente se avanza algo en la modernización del Estado.

Sin embargo, acumulamos la experiencia de más de 500 años en los que los gobiernos no han servido prácticamente para nada. ¿Y aún dudamos? El momento actual, en el que España camina hacia unas terceras elecciones y el panorama político es patético, nos sitúa en perspectiva hacia esa historia de España que se rinde a la evidencia: El Estado no sirve y el gobierno es el peor gestor de recursos conocido, cuando no directamente corrupto.

Hay que tomar postura, el conformismo nos lleva a lo que nos lleva, hoy y ahora. Yo, hace ya un tiempo que decidí izar la bandera: la del perpetuo turista. Como Benjamin Franklin: «Donde mora la libertad, allí está mi patria» (Where liberty dwells, there is my country)

Dos grandes razones para no guardar tu dinero en el banco

Ya es bastante malo depositar el dinero en una cuenta bancaria y ganar esencialmente cero interés en él, o en algunos países, ser premiado incluso con una tasa de interés negativa.

Pero es  todavía peor saber que, una vez depositado,  tu dinero ya no te pertenece. Sin saberlo, hemos entregado la propiedad al banco a cambio de una deuda. Nos hemos convertido en acreedores no garantizados de un pagaré.

Y lo peor de todo es el «bail-in», con el que todos nos familiarizamos en 2.013 durante el colapso bancario en Chipre. Algunos depositantes no asegurados recibieron la mitad de su dinero de vuelta, y en un banco, los clientes no recibieron ni un céntimo por encima de la cantidad «asegurada».

En 2014, los líderes del Grupo de los Veinte (G-20) – que representan a las 20 economías más grandes del mundo – declararon solemnemente  que el modelo de Chipre sería de aplicación global a partir de ese momento. Lo hicieron a través de una soporífera declaración titulada: «Adecuación de la capacidad de absorción de pérdidas y de recapitalización de los bancos de importancia sistémica mundial«.

Los depósitos en los bancos que son «demasiado grandes para caer» servirán para recapitalizar con prontitud sus deudas no aseguradas. ¿Y adivinas qué? La mayor parte de la deuda sin garantía serán tus depósitos bancarios. Los bancos insolventes se recapitalizarán  a sí mismos mediante la conversión de tus depósitos en acciones del banco sin valor. Y ello para evitar los impopulares rescates ocuridos  durante la última crisis financiera, que fueron financiados por los contribuyentes.

Ah, y  no sólo esto … el G-20 ha declarado también que los contratos de derivados financieros – los productos tóxicos que Warren Buffett denomina «armas financieras de destrucción masiva» – son deudas aseguradas. Debido a que tus depósitos bancarios son la única deuda no garantizada del banco, adivina quién obtiene tu dinero si las apuestas que haga el banco van por camino equivocado. Respuesta: Tú desde luego no, eres el último acreedor.

Si las apuestas del banco salen bien,él  gana. Si le salen mal, tú pierdes tu dinero en el banco.

Está también prácticamente garantizado que en la próxima crisis financiera, habrá una gran cantidad de quiebras bancarias. Y esto a pesar del hecho de que la corriente principal de los medios de comunicación financiera nos asegura que los bancos centrales han impuesto requisitos de capital más elevados, pruebas de esfuerzo, etc., sobre los bancos para asegurar que cuando los «grandes» colapsen, tus depósitos estarán seguros.

No hay que creer ni una palabra de lo que dicen. La cantidad de capital que los bancos mantienen en comparación con el dinero en depósito es alarmantemente desigual. En los EE.UU., los cinco bancos más grandes tienen un ratio de capital como porcentaje de los activos de sólo el 6%, a pesar de que es el doble de lo que era en 2008. En efecto, si cada depositante en un banco exige su dinero al mismo tiempo – el clásico «pánico bancario»– los bancos más grandes de Estados Unidos podrían devolver sólo seis centavos de dólar antes quedarse sin dinero. Y puesto que la mayoría de los bancos no mantienen una gran cantidad de dinero en efectivo, incluso podría ser menos.

Claro, siempre está el Fondo de Garantía de Depósitos (o el FDIC en EEUU), pero…. ¿todavía nos creemos que ante un pánico bancario masivo el Estado dispondrá de efectivo para proteger los primeros 100.000 € de los depósitos de particulares?

Vale la pena recordar que, históricamente, los bancos estaban mucho mejor capitalizados. Por ejemplo, en 1842, los bancos de Estados Unidos tuvieron un índice de capital promedio de 60%, diez veces mayor que la de los bancos más importantes en la actualidad. Esa era una época en la que la competencia bancaria se basaba en la seguridad porque no existía la garantía de depósitos.